martes, 12 de febrero de 2008

Libertad y compromiso

Para la filosofía clásica y cristiana, no da lo mismo el modo en que elijamos. De la elección, buena o mala, depende la consecución de un fin, también bueno o malo. Y, en el caso del cristianismo, puede depender la consecución o no de nuestro fin último: salvación o condenación.

Elegir supone comprometerse. Y comprometerse es haber elegido. Pero cualquier elección no deviene en un compromiso. Si elegimos tomar cerveza en vez de Coca-Cola, no adquirimos un compromiso con la marca o consumo de cerveza de que se trate. Salvo que nuestra elección a favor de la cerveza sea demasiado frecuente, con lo cual más que de compromiso podríamos hablar de una dependencia (situación contraria a la libertad moral).

Los compromisos se adquieren a partir de elecciones más o menos definitivas. De decisiones que implican una entrega más o menos vital.

El liberalismo, ideología reinante en nuestra sociedad actual, rechaza el compromiso. Lo ve como un amarre, como una pérdida de libertad. Comprometerse con algo grande sería, para esta ideología, achicar el abanico de posibilidades de la libertad de elección. Supone borrar del mapa de la vida muchas elecciones desechables. Implica, además, unirse a algo (o a alguien) distinto y ajeno al propio “yo”.

Esta visión explica el rechazo al matrimonio para toda la vida, al celibato apostólico, a la pertenencia a “una verdad”, etc., etc.

Si la libertad, en una de sus dimensiones, consiste en elegir, legítimo es preguntarse por qué algunos sectores, ideológicos y de personas, rechazan e, incluso, impiden el ejercicio de esta facultad, sobre todo cuando ella trae consigo alguna elección más o menos radical.

La respuesta, pienso, no es nada sencilla. No es fácil explicarse lo que, me parece, atenta contra el sentido común y, lo que es peor, contra la misma naturaleza.

Y, aunque mi respuesta pueda parecer “poco filosófica”, creo que el rechazo al compromiso, que promueve el liberalismo, no es otra cosa que una manifestación (una de varias) del rechazo a Dios. Digo que esta conclusión puede sonar “poco filosófica” por no abordar en estas líneas el problema (existencia y naturaleza) de Dios de una manera racional o argumentativa.

Pero, curiosamente, los liberales, agnósticos o ateos, también se comprometen, también se amarran a causas “perpetuas” o definitivas. Tienen sus propios dioses. Esta es una de sus grandes contradicciones. Otro ejemplo de que, en materia ideológica, la teoría siempre se aleja de la práctica. Y es bueno que así sea.





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