domingo, 10 de febrero de 2008

Sí los dados de la fortuna hubieran caído de otra manera

Por Eva María
Tuve la oportunidad de leer por primera vez “La señora Dalloway” en el año 2003. Cuando llegué a la página 32, descubrí unas líneas que encerraban una verdad que iba más allá de su época, cuya visión nos trasladaba a la actualidad.Sí, porque no se le odiaba a ella sino al concepto de ella, y, sin duda alguna, este concepto llevaba incorporadas muchas cosas que no eran de la señorita Kilman; y la señorita Kilman se había convertido en uno de esos espectros con los que se lucha por la noche, uno de esos espectros que se ponen a horcajadas sobre nosotros y nos chupan la mitad de la sangre, dominadores y tiránicos, pero, sin la menor duda, si los dados de la fortuna hubieran caído de otra manera, más favorable a la señorita Kilman, Clarissa la hubiera amado. Pero no en este mundo. No.Tan solo 83 años atrás y arrastrada por una enfermedad, Virginia Woolf consiguió comprender que la cara de la moneda que hoy podía ver la luz del día, mañana podría ser la cruz. Entendió el concepto de libertad, que ni tan siquiera ella tuvo oportunidad de conocer, y en un halo de aroma trasladó su visión a una sociedad que odiaba su significado: el significado de la felicidad.


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